Relato de Jaime González Moreno
estudiante del nivel 2F
Érase una vez una familia compuesta por tres ositos que
vivían en una casita en el corazón de un gran bosque.
El papá oso era muy grande, la mamá oso era mediana y el
hijo era muy pequeño.
Un día, la mamá oso preparó tres platos de sopa para el
almuerzo. La sopa estaba tan caliente que no se podía tomar y papá oso dijo:
“Vamos a dar un paseo por el bosque mientras se enfría la sopa”. Los tres osos
salieron de casa.
Acababan de irse cuando llegó Ricitos de Oro, una niña muy
traviesa, que había salido a pasear sola por el bosque.
La joven miró por una ventan ay a l no ver a nadie, abrió la
puerta, se acercó a la mesa, probó la sopa de papa oso y gritó: “¡Demasiado caliente”!,
después probó la sopa de mamá oso y dijo “Demasiado fría”, por último, probó la
del pequeño y estaba tan rica que se la comió toda.
La joven había comido tanto que le entró sueño, se dirigió
al dormitorio. Allí vio tres camas, probó a acostarse en la de papá oso, pero
se percató de que era demasiado dura, después probó la cama de mamá oso y se
dio cuenta de que era demasiado blanda, por último, se acostó en la cama del
pequeño oso que era la más cómoda, Ricitos de Oro se tapó y se acurrucó y se quedó
dormida. Tal era la profundidad de su seuño que la joven no se percató de la
llegada de los tres ocoso. Cuando estos entraron a la casa, se hallaban
hambierntos y cansados, se acercaron a la mesa del comedor y con asombro e
indignación papá oso exclamó: “¿Quién se ha comido mi sopa?”, “¿Y la mía?”,
refunfuñó mamá osa, se fijaron en el plato de su hijo y también se lo
encontraron vacío. “Aquel que haya hecho esto lo pagará muy caro”, sentenció
papa oso dispuesto a encontrar al culpable.
Rebuscó por la casa y cuando llegó a sus aposentos encontró
a la joven durmiendo plácidamente, se acercó con lentitud a la cama y d
epuntillas mientras sacaba a relucir las enormes zarpas dispuesto a seccionar y
desmembrar las carnes de aquella intrusa y justo antes de lanzar el primer
zarpazo, el pequeño oso llegó a su lado para defenderla: “¿Qué haces papá?”, le
preguntó el pequeño. “tengo que matarla hijo, se ha comido nuestra sopa sin
permiso y los osos no permitimos tales ofensas”.
Por culpa d ela discusión, la joven se despertó con asombro
y sorpresa, pegó un ligero grito presa del miedo y la figura amenazante de papá
oso, se quedó parada y sollozando, “¿Lo ves?, no es ninguna amenaza, solo es
una pobre muchacha que estaba perdida y hambrienta”. Razonó el pequeño, al que
el padre no pudo discutir y se retiró de la estancia, pero cuando cruzó el
umbral de la puerta, sintió en el corazón una asombrosa calidez por haber sido
capaz de perdonar, hinchó el pecho de orgullo por su hijo, que le había
enseñado que era lo correcto.
Los días pasaron y una joven ahora conservaba la vida y
dejaba todos los domingos unos apaños para el cocido en un rinconcito del
bosque en señal de agradecimiento, donde una familia de osos la recogía con
gusto y cariño.
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